2.26.2012

Una forma de romperse en sueños



Fue tú casa una pequeña habitación de soltero rodeada de vecinos a los que no les gustaba hicieras el amor en voz alta, anduvieras junto a ella, ambos desnudos queriendo ser felinos marcando el terreno con el sudor del cuerpo y la imagen profana del sexo. Vecinos a los que no les gustaba pusieras tu grabadora con Buffalo Soldier en la línea última del volumen, aunque fuera tú única reliquia electrónica y la única música diferente en todo el Paradero de Marinos.

Tenías pocas cosas, una estufa aparatosa cuya única ventaja era un horno capaz de dorar cinco pavos en navidad y que tú la usabas para guardar los platos de vidrio, el recipiente de peltre que te heredó natita para contener los espíritus. Y la cabecera de cedro en tú cama desde la cual podías oír el juego amoroso del departamento de al lado desde siempre. Los viejitos que se gritaban y de tanto callarlos un buen día ya no hablaron nunca y tuvo que venir la ambulancia a sacarlos ya tiesos en el absoluto silencio cómplice de morirse al mismo tiempo, rabiosos, lucidos y amorosos.
Los vecinos que llegaron entonces en época de nortes y ponían a llorar a sus bebes para coger a gemiditos. Porque el llanto de bebes era el único ruido que el edificio soportaba, alegando que tenían bastante con la arena chocando en la pared, chillando en las ventanas. Alegando cualquier cosa que fuera, para sostener una privacidad que no podía ser en territorio y entonces lo era en mantenerse callados en santa mansedumbre.

Cuando ella llegaba a verte cerrabas las cortinas de apacejo. A veces dejabas la ventana abierta, pero eso sólo fue al principio cuando te decía que tu cuarto era chico y le asfixiaba, que el bochorno de calor impregnado en los techos de hormigón a gran altura sostenidos por vigas que permitían una escasa ventilación. Eso era al principio, cuando no podía soportar el clima encerrado en tú jaula, así fue hasta que se dio cuenta que estar desnudos y a solas bañados por la estela calurosa y amarillenta del día al morir era una forma de romperse en sueños, lamer rudimentarios la primera sal, primitivos, para desear tumbarse en el piso frío sobre las espaldas y dar vueltas y vueltas, desnudos como peces o caballos de piel húmeda, corceles limpiando el polvo y el sudor con esa extraña felicidad de quienes saben vivir sobre tinieblas en la esquina más inflamada y miserable del mundo.

11.12.2011

La miras dormir

Te has despertado temprano y observas por primera vez el rojo de los tejados erguidos. La miras dormir, no puedes dejar de mirarla, en realidad la contemplas como los marinos desde los barcos lo hacen con la isla. Te das cuenta de su cara filtrada por un rayo de sol que se mete por la persiana. Piensas que ahí sus sentimientos no son tan profundos, es tuya y es frágil. Recuerdas cuando dijo que no puedes comprender el sufrimiento por haberse hecho mujer tan pronto.

Estás con la luz apagada apenas, extenuado junto a ella por los cuerpos que cayeron rendidos uno sobre otro. Ahora su alma te es familiar y le miras el vientre. Te preguntas Cuál es el sentido de la resistencia y admites sin decirle nada sientes celos de los hombres que la aman, pero sabes que para ella el amor sólo vale la pena cuando se trasforma en placer, aunque deje la desnudez desamparada. Sabes que en unas horas deberán de despedirse y te quedarás mirando en silencio como se pone los lentes oscuros y la pierdes. Ahora traes en la tripa la sensación de su espalda y las ganas en punta, con la imagen aquella cuando te dijo – quédate ahí boca arriba sin moverte, te voy a enseñar a vivir-

9.29.2011

En un gesto de madurez infinita se intenta desprenderse con mesura de aquello que sin remedio habrá de abandonarnos. Se trata de adelantarse, de decir adiós adecuadamente y abandonar el barco antes, incluso de que lo hagan las ratas. Reivindicar despedidas con un acto triunfal de profunda soledad, la retirada a tiempo como victoria, sin saber si se ama con el corazón o las tripas. Se puede entonces quedar sorprendido, volver a cubierta del barco que se hunde para buscar un salvavidas que una para siempre al propio naufragio.